lunes, 29 de julio de 2013

DOCTOR, ¿QUÉ PADEZCO?

   El otro día una amiga enfermera que trabaja en el Hospital de Cabueñes de Gijón me contaba que tenían un anciano ingresado en su planta que aturdido y fuera de sí gritaba: “¡CAGONDIOS, SACARME DE AQUÍIII! ¡TENGO DERECHO A UNA LLAMADAAAA!”. El pobre, qué confundido estaba. A mí todo lo relacionado con la Medicina me resulta bastante confuso, la verdad. Conozco el paracetamol, el ibuprofeno, la aspirina y para ya de contar. Soy una buena paciente, tengo fe ciega en lo que me recetan los médicos y jamás leo los prospectos. Es que son taaaan largos y tienen la letra taaaan pequeña... Me gusta que me expliquen la enfermedad o dolencia que padezco, pero no demasiado y desde luego no me enteraré de nada si emplean términos demasiado técnicos. De todas formas me doy cuenta de que siendo la Medicina un tema tan amplio y tan complicado parece que todo el mundo entiende de ello ¿No resulta curioso? De Ingeniería, Derecho u otra especialidad no hablamos casi nada, pero de pastillas, pruebas, dolores y demás,  todo el mundo sabe y tiene algo que decir. Cuando digo que me duele algo, que me ha salido un sarpullido o lo que sea, me sorprende lo rápidamente que alguno de mis conocidos emite un diagnóstico. “Eso me pasó a mí. Es Rabicunosis. Ponte una pomada que se llama Tronipenchil y tómate estas pastillas de Gocigesona 500. En dos días no tienes nada.” Yo siempre contesto lo mismo “¿Y cuantas asignaturas dices que te faltan para terminar la especialidad?" Es que es muy fuerte.

   Las mujeres para eso somos lo peor, no hay duda. ¿Habéis escuchado a las señoras mayores cuando hablan de enfermedades?  A veces entran en competición para ver quién tiene más dolencias o quién toma más pastillas. Me parto. Sé que en poco tiempo yo haré lo mismo, es ley de vida,  pero lo que siento es no poder charlar con mis amigas dando información precisa: Si ahora no retengo los nombres de los medicamentos, dudo mucho que lo consiga con diez años más.  

    A continuación voy a contar una anécdota de mi pasado que juro que es cierta. No es que me sienta orgullosa de ello, pero lo cuento tal cual fue. En una ocasión tuve que ir al médico especialista en las cosas intestinales, el intestinólogo. Llevaba varios días con un atasco de tres pares de narices (bueno, realmente no era de narices precisamente) y fui al médico muerta de miedo porque imaginaba que tenía algo terrible como nudos imposibles de desatar en las tripas o algo así. Además alguien, con buena intención pero demasiado detalle,  me explicó en qué consistía una prueba llamada Colonoscopia. A mí la sola idea de que me tuvieran que hacer la prueba en cuestión me aterraba y reaccioné con  mucha ignorancia y muy poca prudencia. Decidí zanjar mis dudas con una pregunta directa al médico. Con el vocabulario más fino y técnico que pude encontrar en aquellos tensos momentos en mi cerebro le pregunté: "Disculpe doctor, ¿me va usted a penetrar algo por el ano?" ¿Se puede ser más imbécil??? ¡¡¡Me va usted a penetrar algo por el ano, le dije!!! Qué vergüenza. Qué bochorno. Todavía me pongo colorada cuando me acuerdo. La cara del médico era un poema. Me contesto con un "no" bajito, bajito y escueto y creo que no volvió a pestañear hasta que me fui de aquella consulta. Supongo que aún recordará aquello, pero rezo para que al menos se haya olvidado de mi cara.


   Para tranquilizar a los que me queréis os comunico que no tenía nudos espantosos en las tripas ni ningún tipo de enfermedad intestinal grave. Me desatasqué siguiendo a pies juntillas el tratamiento que me prescribió mi madre: comiendo muchos kiwis. Simple y tremendamente efectivo. Y lo mejor, sin penetrarme nada por ningún sitio.

ROSA

1 comentario:

  1. a mi eso de que me anden manipulando el orto, no me va nada de nada.

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