La hija mayor
de mi comadre (madrina de mi hijo) se va a vivir a Inglaterra.
Exactamente no sé a qué ciudad porque le ha salido, oh maravilla,
trabajo en dos lugares distintos y aún no se ha decidido. Es
enfermera y las enfermeras españolas están muy bien consideradas
allí porque la formación universitaria que aquí reciben es
excelente. Me congratulo y espero de corazón que Wert no lo estropee.
El problema de la mayoría de los que buscan trabajo en ese país es el idioma, claro está, pero no es el
caso de nuestra niña porque, como dijo su madre el otro día en un
momento de confusión mental, “hablando inglés tiene mucha
verbosidad”.
He estado en Inglaterra dos veces. La primera de ellas en Bradford como estudiante y la segunda en Londres en viaje de placer con mi compañera de blog, su hermana y toda su familia política. De estos viajes y de mi naturaleza tremendamente observadora, saqué varias conclusiones. La mayoría son topicazos pero las plasmo aquí por si puedo ayudar a alguna enfermera española despistada. Que no haya lugar a la sorpresa.
Toman demasiado té. A
mí el té me gusta. Lo tomo de todos los colores: rojo, verde,
negro... y de todas las formas: con nubecita de leche, con limón,
americano... Allí se toman una "relaxing cup of tea" con la mínima excusa y no sólo a las cinco. El problema del uso y del abuso del té es que pone los
dientes amarillos. Un asco.
Adoran la moqueta. Sus
casas son estrechas (con escaleras muy empinadas que son más fácil
de subir a gatas que erguido) y están totalmente enmoquetadas. Y
cuando digo totalmente quiero decir totalmente. Moqueta hasta en el
baño. Mejor no pensar en faltas de puntería masculinas alrededor del inodoro.
La moqueta también es asquerosa.
Son puntuales hasta la
enfermedad. Esto no es un mito, es cierto. Ni cinco minutos de
cortesía ni gaitas. Si es o'clock, es o'clock. Yo soy muy inglesa
para esto.
Comen fatal. El "fish and chips" es horroroso y no saben combinar alimentos. Imposible encontrar un postre que no lleve gelatina. Lo único delicioso es la mermelada de naranja. Allí la descubrí. Ojo, no confundir "Ham" con "Jam" u os hartaréis de bocadillos de mermelada, como me pasó a mi.
Conducen raro. No sé si estáis enterados, pero van al revés. Unos sustos...
Los ingleses están
crudos. Esto se debe, estoy segura, al clima y al exceso de té.
Todos son blanquísimos y en el mejor de los casos, si vienen a Salou
a ponerse ciegos de cerveza, consiguen ponerse de color rosa. Un
sutil color rosa chicle.
Y son
blandos. No blandos de carácter, sino de textura. De esa blandura
que parece que se resbalan cuando están sentados, no sé si me
explico.
Si a estas alturas de la descripción aún no lo veis claro, pensad en Benny Hill.
Son unos horteras. Puede
que Kate Moss sea su icono más fashion y que las últimas tendencias
lleguen antes a Londres que a ningún sitio, pero tú vas observando
a la gente por la calle y ves que van todos van hechos unos pintas.
Aunque sea Enero y caigan chuzos de punta, las chicas inglesas en
edad de merecer siempre van de verano, con minivestidos de vuelo y
enseñando sus blanquísimos muslos. Espeluznante.
Estaréis pensando que no me gustan los ingleses. Nada más lejos. No tienen el encanto de los argentinos, ni el carisma de los italianos, pero también tienen su aquel. En líneas generales les considero educadísimos, hospitalarios y bastante majetes. Raritos pero majetes.
Y además está ÉL. Qué puedo decir. El gentleman entre los gentlemen. Ni está crudo ni es blando y además sabe llevar el esmoquin como nadie. Clive Owen. Mi Clive.
Y además está ÉL. Qué puedo decir. El gentleman entre los gentlemen. Ni está crudo ni es blando y además sabe llevar el esmoquin como nadie. Clive Owen. Mi Clive.
ROSA