lunes, 3 de junio de 2013

ANGUSTIAS INFANTILES

   El pasado fin de semana mi hermana, una amiga  y yo nos reunimos unas horas con la excusa de tomar un café, pero la realidad es que a mí siempre me gusta   saber de mi amiga , porque aunque es de Gijón lleva mucho en tiempo en tierras charras con su hija y su marido. Siempre que  regresa a su "tierrina" intentamos hacer un hueco para vernos. Aquel día, hablando de todo un poco surgió una conversación en torno a los hijos, sus miedos y sus angustias, que al final derivó en los recuerdos de nuestra infancia y en alguna que otra anécdota que nos hizo echar unas risas. Y cómo no, también derivó en una idea para hacer un nuevo post, sobre aquellas cosas que cuando éramos pequeños/as nos angustiaban, nos daban vergüenza o nos causaban algún que otro "trauma".
   Que vaya por delante que me refiero a traumas infantiles pasajeros y sin importancia alguna, vistos desde los ojos de un niño. No es mi intención compararlo con  verdaderas situaciones traumáticas que padecen algunos desafortunados menores y que nunca deberían existir.

    Os voy a contar simples angustias que yo tenía  en mi infancia y  que quizás se parezcan un poco a las vuestras u os sintáis identificados con alguna. Yo recuerdo que en nuestro colegio (y me imagino que se hacía en más de un colegio) imponían como actividad extraescolar el aprendizaje del maravilloso mundo de la natación. Yo odiaba ir a la piscina. Lo pasaba francamente mal. Lloraba el día antes, el mismo día y el día después recordando mi obligación de asistir a clases de natación. Cuando llegaba el momento de subir al autobús que nos llevaba al centro deportivo me moría de angustia. Era tan grande la desolación, que mi madre me contó años después que tuvo que ir en varias ocasiones a hablar con lo monitores para saber lo que me pasaba, por qué cuando llegaba el día en lugar de parecerme a  Esther Williams   me convertía  más bien en un amasijo de nervios, lloros y tristezas varias. Lo que no sabía mi madre es que los monitores de la piscina tenían un palo de metal  muuuy largo, que supongo que todos los de mi época recordaréis, y con el cual nos enseñaban a nadar a base de meternos miedo con ese palo. Y no sean mal pensados, nadie nos pegaba o maltrataba con semejante artilugio, tan sólo lo utilizaban para evitar que nos acercáramos a las corcheras o al cemento de la  piscina con la intención de agarrarnos por el temor de no flotar. Con el famoso palo nos atizaban como si fuésemos hollines rebeldes intentando salir del fogón.
 Mi amiga de Salamanca recuerda que un día  se agarró al palo por miedo a hundirse en las profundides marinas de la piscina, el monitor le lanzó a  la otra calle con un movimiento en forma de Z del mencionado palo, como si fuese un trapito sucio que se tira con desdén en el interior de la lavadora. Y mi madre pensando que tenía miedo al agua y que no sabía nadar.... Años después cuando cumplí los catorce me llamaron de un Club Deportivo de Gijón para comenzar a entrenar y ser una profesional de este deporte... si al final el palo de metal me habría llevado a ser campeona Olímpica!
  
   Otro trauma que tenía cuando era pequeña eran los días después de la fiesta de  Reyes. En el Colegio se empeñaban en que lleváramos los juguetes que nos habían regalado estos señores y así pudiéramos disfrutar de ellos en clase con los demás compañeros. ¡Qué cosa más mala ésta! Seguramente no todas las niñas podían llevar regalos... aunque mi problema era otro. Mi madre siempre ha sido una mujer muy práctica y todo lo que yo hacía tenía que tener una finalidad educativa. Siempre pensó que los juguetes debían de ser didácticos, ¿pero tanto?. Hubo un año que me regaló la famosa grapadora Liliput 200 Petrus,  una calculadora casio y un estuche de lápices. Cuando nos mandaron llevar los juguetes al cole al día siguiente no sabía donde meterme con mi grapadora nueva. ¿Tal vez graparía el pelo de la Nancy de la Bego? o, ¿graparía las hojas que hacía Ichi con su juego de diseña la moda? o simplemente ¿me graparía los dedos para que me llevaran a la enfermería (que no había) y sacarme de semejante batalla interna?. Hoy en día conservo esa grapadora y  calculadora y las he amortizado un montón. Para muestra un botón.
   Hubo un tiempo, en la época de los ochenta, que tanto daño hizo a la moda, que se llevaban unos enormes cuellos blancos de puntilla  de quita y pon. Fueron el preludio de lo que hoy son los cuellos  Peter Pan, pero yo al igual que estos, los odiaba. Entre otras cosas porque eran grandes, blancos y terminaban con un puntilla. Mi madre cambiaba el jersey (que encima era hecho a mano y de punto) en función del babero de turno, y en aquella época no tenía suficiente voz para negarme a semejante tropelía materna. Si al menos hubiera tenido una grapadora para sujetar ese cuello al jersey... oh dios mío... sí que la tenía!!.

  Otro trauma  es mi miedo a la Confesión. En el Colegio  había una pequeña capilla donde al menos una vez al año íbamos a contar nuestros pecados, es decir, a confesarnos.  Yo nunca fui. Pensarían que era atea o al menos tímida. Pero lo cierto es que me daba vergüenza empezar la conversación con aquel señor. Siempre me preocupaba el que iba le iba a decir nada más entrar, dónde sentarme, dónde ponerme, cómo ponerme, si decir hola señor ¿empiezo? o decir Ave María Purísima... como me decían las compañeras que dijera. Era tal el pavor que tenía que se me olvidaban los pecados que  llevaba aprendidos : que si a veces enfado a mi madre, que si a veces no obedezco  en casa , que si otras me peleo con mi hermana.. esas cosas de niños.
 Otro trauma y por ser el último no es menos importante, es mi fobia al Puerto Pajares. Desde pequeña hemos viajado frecuentemente a León, debido a que tenemos mucha familia en dicha provincia, y como no  cuando vamos lo hacemos por el Puerto Pajares. Y yo siempre he oido a mis padres decir... "ten cuidado vete despacio con el coche, hay mucha niebla" "madre mía llevarás cadenas, no sé si nos dejarán pasar por la nieve que hay" " hoy no llegamos hay un montón de camiones", "vete despacín que esto es muy peligroso". Ello unido a que mi padre era de los que adelantaban tres camiones seguidos,con mucha profesionalidad eso sí, pero hacía que  mi hermana y yo tuviéramos  los ojos como platos y las manos agarradas al asiento como si estuviéramos en el circuito de Le Mans. Hechos éstos  que hicieron que cogiera cierta fobia al paso  por este tramo asturleonés. Aún hoy perdura esta angustia, a pesar de haberlo pasado en numerosísimas ocasiones.  Y ahora decirme vosotros, ¿Que pequeñas angustias habeis tenido en vuestra infancia?
ROCIO

8 comentarios:

  1. Ja ja ja... Comparto la fobia acuática piscinera ... Yo desarrolle una enfermedad psicosomática xa no ir a la piscina y sobretodo xa que no me metieran en la piscina de mayores yo repetía una semana tras otra un cuadro de anginas de tal modo que finalizaba el curso y yo apenas pisaba la piscina.. A día de hoy el medio acuático es mi preferido por algo soy Ariel... Por cierto Ro yo también recuerdo con horror el dichoso palo..

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  2. Si Freud analizara este trauma que teníamos al dichoso palo... a saber que conclusión sacaría!! Que miedo me da.

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  3. jajajaja..me encanta lo de los regalos de reyes....quien te viera con tu grapadora y tu calculadora...;)

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  4. Un dos tres cuatro cinco seis siete ocho nueve...... doscientos trece doscientos catorce.... mil novecientos ochenta y cuatro... Por más que recapacito, mi conciencia no me dice que no lo escriba:
    "Hacer caca cuando venía duro".
    (perdón)

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  5. Ay Rocío! De verdad lleve el diseña tu moda? Y te acuerdas? Cada día me sorprendes más,eres mundial!!!.Por cierto lo de las confesiones a mí también me daba yuyu jajaja.
    Me encanta seguir así lo estais haciendo genial

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    1. No se muy bien de quien sería, pero alguien llevaba un diseña la moda!! Y no se me ocurre otra que tú! Con lo mona que vas siempre...

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  6. Sí Ro!!Ahora lo cuentas en un blog y parece gracioso pero cuando eramos unas enanas todas estas cosas nos preocupaban y mucho. Me encantó esa tarde en que tomamos un café y nos reímos de estas cosas, es una risa muy sana y llena de nostalgia.

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