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viernes, 6 de septiembre de 2013

¿UNA DE RECOMENDACIONES?

   Pues aquí estoy yo, dándole a la recomendación. Yo compro cosas, las pruebo y si me gustan mucho os las recomiendo y si me gustan muchísimo... igual me las quedo para mí, no sé yo, depende de las visitas que vayamos teniendo en el blog haré públicas alguna que otra revelación en compensación. Si veo bajar vuestro nivel de atención, me las guardaré para mi. ¿Está cogiendo ésto algo de misterio? ¿He creado una atmósfera inquietante tal que no vais a dejar este blog por nada del mundo? ¿Estáis eufóricos pensando cuales van a ser las próximas recomendaciones?, ¿Os importa un pimiento que es lo que a la Ro le gusta o le deja de gustar?. Ainss... cuantas dudas, lo mejor es seguir escribiendo y dejarme de tanta tontería. Si yo soy feliz recomendando. 
¿SABÉIS QUE EN MI FAMILIA AL PAÑO LO LLAMAMOS RODEA
Este bonito paño secamanos es una propuesta de mi madre. Ya os comenté en anteriores post de este tipo, que mi madre limpia muy bien, y si ella dice que esta bayeta es buena es que lo es. La verdad es que seca de maravilla, aunque al principio  puede causar otra impresión. Cuando la pruebas por primera vez, se parece a ese tipo de toallas de rizo recién compradas que secan tan mal o las que tienen exceso de Mimosín, (¡con lo bien que secan las toallas con textura de esparto!), pero nada más lejos de la realidad, porque es buenísima. Se compra en Mercadona, y mejora su poder de secado tras varios lavados. Aunque a mi no me defraudó ni siquiera el primer día. También hay que decir que a mi hermana no le gustó, porque la pobre está estudiando una oposición y no analiza bien las cosas. Cuando acabe de estudiar se lo volveré a empaquetar y seguro que verá las cosas de otra manera. Es barata, cuesta tan sólo dos euros y es de la marca Bosque Verde o Green Forrest si venís de Londres  o de los EE UU a comprarla. La otra versión igual de buena que la anterior es el Paño Especial Vajillas y vienen en paquetes de dos bayetas, también son ideales para secar y los colores son muy fashion.


NO ME MIRES ASÍ QUE ME DERRITO...
Esta bonita vaquita de colores chisposos fue una compra mía para solucionar un problema tremendo que teníamos con mi madre y la nieta. Mi madre era la "sujeta cabezas" oficial de la niña cuando íbamos de viaje y ésta se dormía en el coche. Sobre todo cuando íbamos por el Puerto Pajares,  mi sobrina entraba en un profundo sueño y se le ladeaba la cabecina en cada curva. Mi madre que es muy servicial (a la par que limpia)  iba siempre en la parte de atrás del coche y con su mano sujetaba la cabeza de la niña para evitar estos movimientos y que la rapaza pudiera descansar adecuadamente. La niña descansaba sí, pero mi madre tenía tendinitis toda la siguiente semana, y según ella... no sé de qué, porque además de práctica, limpiona es también muy sufridora. Así que un día vi este reposacabezas infantil  tan mono en la tienda CASA, y lo compré. No me acuerdo de su precio pero fue bastante barato y casi siempre tienen varios modelos de diferentes animales. Yo me decanté por la vaca porque siempre me gustaron las vacas amarillas con  nariz verde. Son mi perdición desde que vi la primera  pastando en mi pueblo en frente del rebaño de ovejas azules. Mi sobrina ha vuelto a recuperar la felicidad de una buena siesta, mi madre ya viaja al lado de mi padre como copiloto y mi hermana y yo nos quedamos con la niña en la parte de atrás. Ahora somos una familia feliz. 

No me da vergüenza decir que yo era un desastre para  los pies. Pasaba de ellos. Los lavaba eso sí, pero no me pintaba las uñas, ni limaba mis callosidades, y usaba zapatos altísimos que no venían nada bien a mis pies. Un día mi amiga Rosa y coautora de este blog, me regañó por tener los pies tan mal. Le dije no quería ir a un podólogo que me daba vergüenza que me limara los pies. ¿El podólogo no es un  médico?- pensaba-,mis pies no están enfermos, sólo que  tienen durezas. Como ella fue testigo de mi ignorancia una vez más me recomendó una chica buenísima para hacerme la pedicura que se llama Mónica Coca de Gijón, que desde aquí le hago publicidad porque realmente es buena y no es nada cara. El día que fui a su consulta aluciné por cómo me dejó los pies, suaves como los de un bebé. Ahora de vez en cuando voy porque pienso que la gente gastamos a veces el dinero en tonterías, y creo que cuidar los pies es importantísimo. Ahora me doy cuenta. Cuando paso largas épocas sin ir a hacerme la pedicura por falta de tiempo me he comprado este artilugio del Doctor Scholl, recomendación de la mujer zen de mi compañero. La verdad es que da muy buen resultado. Me costó once euros, pero es un producto imperecedero. Consta de cuatro hojas circulares que liman y de un liquido que se echa en forma de roll- on y que ablanda las durezas previamente para luego limarlas. A mi me parece un acierto, aunque realmente  sirve más bien para mantener, no para eliminar al cien por cien.


Cuando voy al Lild nunca me olvido de estos dos formatos de chocolate. Son los que más me gustan sin duda alguna . Las tabletas verdes de avellanas vienen en paquetes de tres y son de tamaño pequeño. Es de la marca Bellarom, y su precio oscila si no me equivoco en 1'69 €. Yo los compro mucho para mi sobrina cuando viene a merendar a mi casa. Igual una tableta es mucho para una niña pequeña, pero os aseguro que con lo rico que está no suele "hacer ascos" ni a la última onza.
En la  fotografía segunda es mi colección preferida de chocolates del Lidl. Se llaman "Collection Superieur", y consta de barritas individuales de chocolate, cada color de un sabor y especialidad. Siempre que acabo de comer cojo una barrita para dejar un buen sabor de boca. Me parecen muy prácticas y todas están buenísimas. Lo cierto es que siempre cojo más de una barrita, porque me sabe a poco. Su precio son unos 2'69 €. 

Y estas son las recomendaciones de este mes. Espero que toméis nota, porque yo nunca miento, y estoy segura que os va a gustar todo lo que os he ofrecido. !Adiós amigos internautas!.

ROCIO

lunes, 3 de junio de 2013

ANGUSTIAS INFANTILES

   El pasado fin de semana mi hermana, una amiga  y yo nos reunimos unas horas con la excusa de tomar un café, pero la realidad es que a mí siempre me gusta   saber de mi amiga , porque aunque es de Gijón lleva mucho en tiempo en tierras charras con su hija y su marido. Siempre que  regresa a su "tierrina" intentamos hacer un hueco para vernos. Aquel día, hablando de todo un poco surgió una conversación en torno a los hijos, sus miedos y sus angustias, que al final derivó en los recuerdos de nuestra infancia y en alguna que otra anécdota que nos hizo echar unas risas. Y cómo no, también derivó en una idea para hacer un nuevo post, sobre aquellas cosas que cuando éramos pequeños/as nos angustiaban, nos daban vergüenza o nos causaban algún que otro "trauma".
   Que vaya por delante que me refiero a traumas infantiles pasajeros y sin importancia alguna, vistos desde los ojos de un niño. No es mi intención compararlo con  verdaderas situaciones traumáticas que padecen algunos desafortunados menores y que nunca deberían existir.

    Os voy a contar simples angustias que yo tenía  en mi infancia y  que quizás se parezcan un poco a las vuestras u os sintáis identificados con alguna. Yo recuerdo que en nuestro colegio (y me imagino que se hacía en más de un colegio) imponían como actividad extraescolar el aprendizaje del maravilloso mundo de la natación. Yo odiaba ir a la piscina. Lo pasaba francamente mal. Lloraba el día antes, el mismo día y el día después recordando mi obligación de asistir a clases de natación. Cuando llegaba el momento de subir al autobús que nos llevaba al centro deportivo me moría de angustia. Era tan grande la desolación, que mi madre me contó años después que tuvo que ir en varias ocasiones a hablar con lo monitores para saber lo que me pasaba, por qué cuando llegaba el día en lugar de parecerme a  Esther Williams   me convertía  más bien en un amasijo de nervios, lloros y tristezas varias. Lo que no sabía mi madre es que los monitores de la piscina tenían un palo de metal  muuuy largo, que supongo que todos los de mi época recordaréis, y con el cual nos enseñaban a nadar a base de meternos miedo con ese palo. Y no sean mal pensados, nadie nos pegaba o maltrataba con semejante artilugio, tan sólo lo utilizaban para evitar que nos acercáramos a las corcheras o al cemento de la  piscina con la intención de agarrarnos por el temor de no flotar. Con el famoso palo nos atizaban como si fuésemos hollines rebeldes intentando salir del fogón.
 Mi amiga de Salamanca recuerda que un día  se agarró al palo por miedo a hundirse en las profundides marinas de la piscina, el monitor le lanzó a  la otra calle con un movimiento en forma de Z del mencionado palo, como si fuese un trapito sucio que se tira con desdén en el interior de la lavadora. Y mi madre pensando que tenía miedo al agua y que no sabía nadar.... Años después cuando cumplí los catorce me llamaron de un Club Deportivo de Gijón para comenzar a entrenar y ser una profesional de este deporte... si al final el palo de metal me habría llevado a ser campeona Olímpica!
  
   Otro trauma que tenía cuando era pequeña eran los días después de la fiesta de  Reyes. En el Colegio se empeñaban en que lleváramos los juguetes que nos habían regalado estos señores y así pudiéramos disfrutar de ellos en clase con los demás compañeros. ¡Qué cosa más mala ésta! Seguramente no todas las niñas podían llevar regalos... aunque mi problema era otro. Mi madre siempre ha sido una mujer muy práctica y todo lo que yo hacía tenía que tener una finalidad educativa. Siempre pensó que los juguetes debían de ser didácticos, ¿pero tanto?. Hubo un año que me regaló la famosa grapadora Liliput 200 Petrus,  una calculadora casio y un estuche de lápices. Cuando nos mandaron llevar los juguetes al cole al día siguiente no sabía donde meterme con mi grapadora nueva. ¿Tal vez graparía el pelo de la Nancy de la Bego? o, ¿graparía las hojas que hacía Ichi con su juego de diseña la moda? o simplemente ¿me graparía los dedos para que me llevaran a la enfermería (que no había) y sacarme de semejante batalla interna?. Hoy en día conservo esa grapadora y  calculadora y las he amortizado un montón. Para muestra un botón.
   Hubo un tiempo, en la época de los ochenta, que tanto daño hizo a la moda, que se llevaban unos enormes cuellos blancos de puntilla  de quita y pon. Fueron el preludio de lo que hoy son los cuellos  Peter Pan, pero yo al igual que estos, los odiaba. Entre otras cosas porque eran grandes, blancos y terminaban con un puntilla. Mi madre cambiaba el jersey (que encima era hecho a mano y de punto) en función del babero de turno, y en aquella época no tenía suficiente voz para negarme a semejante tropelía materna. Si al menos hubiera tenido una grapadora para sujetar ese cuello al jersey... oh dios mío... sí que la tenía!!.

  Otro trauma  es mi miedo a la Confesión. En el Colegio  había una pequeña capilla donde al menos una vez al año íbamos a contar nuestros pecados, es decir, a confesarnos.  Yo nunca fui. Pensarían que era atea o al menos tímida. Pero lo cierto es que me daba vergüenza empezar la conversación con aquel señor. Siempre me preocupaba el que iba le iba a decir nada más entrar, dónde sentarme, dónde ponerme, cómo ponerme, si decir hola señor ¿empiezo? o decir Ave María Purísima... como me decían las compañeras que dijera. Era tal el pavor que tenía que se me olvidaban los pecados que  llevaba aprendidos : que si a veces enfado a mi madre, que si a veces no obedezco  en casa , que si otras me peleo con mi hermana.. esas cosas de niños.
 Otro trauma y por ser el último no es menos importante, es mi fobia al Puerto Pajares. Desde pequeña hemos viajado frecuentemente a León, debido a que tenemos mucha familia en dicha provincia, y como no  cuando vamos lo hacemos por el Puerto Pajares. Y yo siempre he oido a mis padres decir... "ten cuidado vete despacio con el coche, hay mucha niebla" "madre mía llevarás cadenas, no sé si nos dejarán pasar por la nieve que hay" " hoy no llegamos hay un montón de camiones", "vete despacín que esto es muy peligroso". Ello unido a que mi padre era de los que adelantaban tres camiones seguidos,con mucha profesionalidad eso sí, pero hacía que  mi hermana y yo tuviéramos  los ojos como platos y las manos agarradas al asiento como si estuviéramos en el circuito de Le Mans. Hechos éstos  que hicieron que cogiera cierta fobia al paso  por este tramo asturleonés. Aún hoy perdura esta angustia, a pesar de haberlo pasado en numerosísimas ocasiones.  Y ahora decirme vosotros, ¿Que pequeñas angustias habeis tenido en vuestra infancia?
ROCIO