jueves, 24 de octubre de 2013

CHIRLITAS Y PEINITOS

   El martes pasado Rocío  me dijo que tenía que escribir dos posts para esta semana, uno para el jueves y otro para el viernes. Puede que penséis que este blog es cosa de dos, que lo gestionamos todo al 50%, en plan cooperativa y tal. Pues no. Rocío manda más. Ella me consulta todo, que si qué te parece que hoy descansemos, que si qué piensas de esto que se me ha ocurrido... pero al final, se hace lo que ella dice. Es muy lista, la jodía. Sabe cómo gobernar en la sombra. Yo a veces fantaseo con la idea de dar un golpe de Estado pero sé que se ha comprado un látigo y me da mucho miedo, así que me resigno. Al fin y al cabo yo estoy acostumbrada a que me manden y ella es autónoma, la pobre.
   Pues cuando me hizo el planning de la semana le dije: “Vamos de culo y sin frenos, Ro. No se me ocurre nada. Últimamente no hago otra cosa que ir al pediatra y eso no me aporta muchas ideas, la verdad” Ella contestó “¿Cómo que no?” (Como jefa es implacable) “Puedes hablar de los médicos, de que unos son amables, otros no te dan confianza, que los ginecólogos no pueden ser simpáticos ni soltar chistes cuando te exploran...” Ahí entramos en debate: yo le aseguraba que cogí tal confianza con mi ginécologo, primero en el tratamiento de fertilidad y después en el seguimiento del embarazo, que cuando todo acabó llegué a echarle de menos. Fue algo parecido al Síndrome de Estocolmo. Me encantaba ir a su consulta y nuestras buenas risas nos hemos echado los dos en semejante postura. 

   Pero a lo que iba. Aunque nosotras somos unas chicas muy finas, en el transcurso de la conversación surgió la palabra “potorro”, acepción extremeña tan habitual como “ratu” o "rateru" en Asturias, y eso me hizo recordar una anécdota de hace bastantes años. Ahí va la abuela cebolleta a contar una batallita.


    Cuando, allá por principios de siglo, yo estudiaba Magisterio (la segunda de las dos carreras que empecé y nunca llegué a acabar) la profesora de Psicología nos presentó a un compañero suyo que nos iba a impartir una clase sobre educación sexual. El psicólogo en cuestión era un tipo muy majo y bastante atractivo con el que, lo que es la vida, me encontré en multitud de ocasiones a partir de aquel día. Trabajé con su madre, conozco a uno de sus hermanos, tenemos amigos comunes, hemos coincidido en algún evento... El chico, tras presentarse, dividió la pizarra en tres columnas. En la de la derecha escribió “vagina”, en la del centro “pene” y dejó la izquierda libre. Después nos pidió que le dijéramos todos los sinónimos que se nos ocurrieran de esas dos palabras, que él los iba a ir apuntando. ¡¡¡VIRGENDELAMORHERMOSO LO QUE ALLÍ SALIÓ!!! No hace falta que yo transcriba aquí cada palabra, pero la pizarra se llenó en un plis.  Después de un primer silencio bastante violento surgió una vocecilla tímida que desde el fondo del aula susurró "chichi" con risa nerviosa. Tras eso nos fuimos viniendo arriba poco a poco y terminamos gritando  entusiasmados todo tipo de burradas y algún que otro apodo cariñoso. Ay qué risa. Qué ratito más agradable pasamos. Cuando la pizarra estaba llena de más de cien palabras (o mil, ya no me acuerdo bien) pasó a escribir en la tercera columna, la que estaba libre, la palabra “Oreja”. Nada. Nadie decía nada. Silencio total. Ningún sinónimo. No hablaba ni Zeus.


   El psicólogo nos explicó después que esto no se debía a que tuviéramos una mente calenturienta (que también) sino a tabúes en el lenguaje propios de la educación sexual constreñida y represora que habíamos tenido. Después comenzó su ponencia que seguramente fue muy interesante, pero de la que no recuerdo nada. 


   No sé si he tenido una educación sexual constreñida llena de tabúes represores. Más bien creo que no. Creo que simplemente en mi época no existía tal educación. Estudié en colegio de monjas, pero no creo que eso tenga que ver. O sí, no sé. Aún recuerdo el mal momento que le hice pasar a la señorita Ángeles cuando le dije que había entendido bien eso de que en el hombre se formaba la semillita y en la mujer germinaba, pero que lo que no terminaba de entender era cómo pasaba la semillita de un cuerpo a otro. Nunca recibí esa información y con esa pena vivo.





   Respecto a los nombres para definir a los susodichos órganos observo que difieren mucho de un lugar a otro, de una familia a otra y de una pareja a otra. Me gustan “peinito” y “vulvita” como dicen los niños de mis amigas, por su ternura. “Pene” y “vagina” me parecen términos médicos sólo utilizables en una consulta y “Chirlita” y “Pirula” me dan mucha risa. Luego también están los que cada uno utilice para sí, los nombres que cada uno elige para su propio miembro o miembra, como diría la ministra Aído.
   Rocío me ha dicho que a su vagina la va a llamar Flor de Loto. Yo a la mía, Mariví.


   ROSA

3 comentarios:

  1. A veces es necesario ponerles nombre para las rimas. Por ejemplo:
    - Del color del moño tiene el coño.
    - Del color de la ceja tiene la almeja. (Esto es para las teñidas).
    - Y del tamaño del morro tiene el potorro.
    Lo que es la sabiduría popular...

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    1. ¿Y qué es poesía? Me preguntas clavando tu pupila azul en mi pupila. Poesía eres tú.

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  2. Se te olvido,Juanita ya sabes cosas de abuelita(Hortensia).san.

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