El
martes pasado Rocío me dijo que tenía que escribir dos posts para
esta semana, uno para el jueves y otro para el viernes. Puede que
penséis que este blog es cosa de dos, que lo gestionamos todo al
50%, en plan cooperativa y tal. Pues no. Rocío manda más. Ella me
consulta todo, que si qué te parece que hoy descansemos, que si qué
piensas de esto que se me ha ocurrido... pero al final, se hace lo
que ella dice. Es muy lista, la jodía. Sabe cómo gobernar en la
sombra. Yo a veces fantaseo con la idea de dar un golpe de Estado
pero sé que se ha comprado un látigo y me da mucho miedo, así que me resigno. Al fin y al cabo yo estoy acostumbrada a que me manden y ella es autónoma, la pobre.
Pues
cuando me hizo el planning de la semana le dije: “Vamos de culo
y sin frenos, Ro. No se me ocurre nada. Últimamente no hago otra
cosa que ir al pediatra y eso no me aporta muchas ideas, la verdad”
Ella contestó “¿Cómo que no?” (Como jefa es
implacable) “Puedes hablar de los médicos, de que unos son
amables, otros no te dan confianza, que los ginecólogos no pueden
ser simpáticos ni soltar chistes cuando te exploran...”
Ahí entramos en debate: yo le aseguraba que cogí tal confianza
con mi ginécologo, primero en el tratamiento de fertilidad y después en el seguimiento del
embarazo, que cuando todo acabó llegué a echarle de menos. Fue
algo parecido al Síndrome de Estocolmo. Me encantaba ir a su
consulta y nuestras buenas risas nos hemos echado los dos en semejante
postura.
Pero a lo que iba. Aunque nosotras somos unas chicas muy finas, en el transcurso de la conversación surgió la palabra “potorro”, acepción extremeña tan habitual como “ratu” o "rateru" en Asturias, y eso me hizo recordar una anécdota de hace bastantes años. Ahí va la abuela cebolleta a contar una batallita.
Pero a lo que iba. Aunque nosotras somos unas chicas muy finas, en el transcurso de la conversación surgió la palabra “potorro”, acepción extremeña tan habitual como “ratu” o "rateru" en Asturias, y eso me hizo recordar una anécdota de hace bastantes años. Ahí va la abuela cebolleta a contar una batallita.
Cuando,
allá por principios de siglo, yo estudiaba Magisterio (la segunda de
las dos carreras que empecé y nunca llegué a acabar) la
profesora de Psicología nos presentó a un compañero suyo que nos
iba a impartir una clase sobre educación sexual. El psicólogo en
cuestión era un tipo muy majo y bastante atractivo con el que, lo
que es la vida, me encontré en multitud de ocasiones a partir de
aquel día. Trabajé con su madre, conozco a uno de sus hermanos,
tenemos amigos comunes, hemos coincidido en algún evento... El
chico, tras presentarse, dividió la pizarra en tres columnas. En la
de la derecha escribió “vagina”, en la del centro “pene” y
dejó la izquierda libre. Después nos pidió que le dijéramos todos
los sinónimos que se nos ocurrieran de esas dos palabras, que él
los iba a ir apuntando. ¡¡¡VIRGENDELAMORHERMOSO LO QUE ALLÍ SALIÓ!!! No hace falta que yo transcriba aquí cada palabra,
pero la pizarra se llenó en un plis. Después de un primer silencio bastante violento surgió una vocecilla tímida que desde el fondo del aula susurró "chichi" con risa nerviosa. Tras eso nos fuimos viniendo
arriba poco a poco y terminamos gritando entusiasmados todo tipo de burradas y algún
que otro apodo cariñoso. Ay qué risa. Qué ratito más agradable
pasamos. Cuando la pizarra estaba llena de más de cien palabras (o
mil, ya no me acuerdo bien) pasó a escribir en la tercera columna,
la que estaba libre, la palabra “Oreja”. Nada. Nadie decía nada. Silencio total.
Ningún sinónimo. No hablaba ni Zeus.
El
psicólogo nos explicó después que esto no se debía a que
tuviéramos una mente calenturienta (que también) sino a tabúes en el lenguaje propios de la educación sexual constreñida y represora que habíamos tenido.
Después comenzó su ponencia que seguramente fue muy interesante,
pero de la que no recuerdo nada.
No
sé si he tenido una educación sexual constreñida llena de tabúes
represores. Más bien creo que no. Creo que simplemente en mi época
no existía tal educación. Estudié en colegio de monjas, pero no
creo que eso tenga que ver. O sí, no sé. Aún recuerdo el mal
momento que le hice pasar a la señorita Ángeles cuando le dije
que había entendido bien eso de que en el hombre se
formaba la semillita y en la mujer germinaba, pero que lo que no
terminaba de entender era cómo pasaba la semillita de un cuerpo a
otro. Nunca recibí esa información y con esa pena vivo.
Respecto
a los nombres para definir a los susodichos órganos observo
que difieren mucho de un lugar a otro, de una familia a otra y de una
pareja a otra. Me gustan “peinito” y “vulvita” como dicen los
niños de mis amigas, por su ternura. “Pene” y “vagina” me
parecen términos médicos sólo utilizables en una consulta y
“Chirlita” y “Pirula” me dan mucha risa. Luego también están
los que cada uno utilice para sí, los nombres que cada uno elige para su propio miembro o miembra, como diría la ministra Aído.
Rocío
me ha dicho que a su vagina la va a llamar Flor de Loto. Yo a la mía,
Mariví.
ROSA
A veces es necesario ponerles nombre para las rimas. Por ejemplo:
ResponderEliminar- Del color del moño tiene el coño.
- Del color de la ceja tiene la almeja. (Esto es para las teñidas).
- Y del tamaño del morro tiene el potorro.
Lo que es la sabiduría popular...
¿Y qué es poesía? Me preguntas clavando tu pupila azul en mi pupila. Poesía eres tú.
EliminarSe te olvido,Juanita ya sabes cosas de abuelita(Hortensia).san.
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