lunes, 18 de noviembre de 2013

SENSIBILITY

            Cuando me quedé embarazada desarrollé una sensibilidad extrema muy extraña en mí. No me refiero a una sensibilidad corporal a los cambios climáticos o una sensibilidad extrasensorial para comunicarme con espíritus y almas errantes del más allá, no. Me refiero a una sensibilidad emocional de esa que te hace soltar una lagrimilla de vez en cuando y sobre todo, cuando menos te lo esperas. Cosas o acontecimientos que antes no me provocaban ni el más leve estremecimiento, me conmovían hasta el infinito en aquellos meses. No es que yo sea una tipa dura, es que antes no me daba por llorar. Todo es debido a la revolución hormonal y entra dentro de la normalidad. Así me lo explicaron y yo me lo creí.

            La primera vez que noté esta sensibilidad inusitada fue en la primera cita con el tocólogo una vez supe que estaba embarazada. De aquella visita recuerdo dos cosas importantes: La primera,  la alegría cuando pronunció las palabras “Feto único”. El alivio y la tranquilidad que yo sentí son indescriptibles. Si me dice que son dos, allí mismo me da algo. La segunda fue, claro está, la ecografía: El médico encendió aquel aparato y, aunque vivedios que me esforcé sobradamente, no fui capaz de distinguir nada. Qué frustración. Sólo intuía manchurrones blancos y negros sobre un fondo que se me antojó parecido al manto de la Virgen del Pilar y, por más que me fijaba, no era capaz de ver a mi futuro bebé. En esos pensamientos estaba inmersa cuando de repente, ay amigo, el ginecólogo conectó el sonido y se oyó su corazón, pillándome por sorpresa. Para los que no hayáis pasado por esta experiencia os diré que no es un pom, pom, pom sosegado y tranquilo como el que se espera una embarazada primeriza, es un tocotótocotótocotó agitado y nervioso que parece un caballo desbocado. Y entonces, cuando oyes ese sonido, te percatas de que es cierto, que no había un error en los análisis, que hay una vida dentro de ti y que vas a ser madre. Y lloras un poco. O un mucho, según. A mí se me llenaron los ojos de lágrimas y a través de aquella cortina acuosa me pareció distinguir la figura de una alubia chiquitina. Pensé “Coooooño, a ver si esto es como las láminas del Ojo Mágico, que cuanto peor enfocas mejor ves el dibujo”. 


            Es posible que lo que acabo de relatar os parezca motivo suficientemente emocionante para soltar alguna lágrima, pero lo cuento como el origen del hecho. El génesis. A partir de ahí, a partir de escuchar aquel tocotótocotótocotó, he pasado a ser una más de esas personas ñoñas y sensiblonas tan criticadas por mí en otros tiempos. Las aguas no volvieron a su cauce una vez finalizado el embarazo. Las hormonas no se debieron estabilizar de nuevo porque sigo en el mismo plan. Rompiendo a llorar de vez en cuando por el motivo más insignificante y alucinando pepinillos cuando me  pasa. Reconozco que, como me da un poco de vergüenza, me escondo. Bajo la cabeza y corriendo busco un pañuelo para sonarme los mocos. No soy mujer de exhibir mis debilidades pero a veces es inevitable que me descubran. Como a la Infanta Elena cuando, embargada por la emoción, veía cómo su hermano abanderaba a España en los Juegos Olímpicos de Barcelona. Cómo lloraba la pobre, con dos enormes velas colgando de la nariz. Por cierto, he intentado poner una imagen ilustrativa de aquél momento y no la he encontrado por ningún sitio. Debe haber sido censurada. 

            No sólo lloro con los anuncios del Almendro en Navidad o con los de la Lotería, siempre tan emotivos, también lo hago con los de La Piara, los de los quesitos Minibabybel y los de Seguros Ocaso.  Me enternecieron sobremanera las imágenes de Emilio el Barrendero de Valverde  (Madrid) jaleando a los niños a la puerta del colegio Las Tablas. ¿Os acordáis? Él les preguntaba desde el otro lado de la verja del cole “¡¡¡¿QUIEN VIVE EN LA PIÑA DEBAJO DEL MAR????!!!” Y los críos, todos apiñados asomándose entre los barrotes, contestaban entusiasmados “¡¡¡¡BOB ESPONJAAAAA!!!”. Qué momento. Pues ese es un ejemplo. Ahí estaba yo hecha un mar. Aún ahora, cuando lo recuerdo, me emociono.




www.youtube.com/watch?v=hVJ2PgHpa0




            Otro ejemplo: He visto la película “Love Actually” diez veces. Me gusta el cine inglés en general y el de Richard Curtis en particular (Cuatro bodas y un funeral, Notting Hill...). Siempre son historias chulas, enternecedoras y divertidas con personajes extravagantes y peculiares. Bueno, pues como decía, habré visto Love Actually unas diez veces. La primera vez sola y las otras nueve para enseñársela a algún amigo o amiga. (“Verás qué peli más chula”, “Te va a encantar”, etc.). Pues en cada una de esas ocasiones he llorado exactamente en el mismo fragmento de la cinta. Resulta lógico que cuando una escena te emociona llores las dos o tres primeras veces, no? Pero... ¿¿¿diez???. Pues eso me pasa. Para los que tengan curiosidad diré que es cuando el niño corre y corre por el aeropuerto para despedirse de la niña que le gusta. No sé si es por la cara que pone el muchachín o por la música que suena o por qué, pero halaaaa. Las últimas tres veces, lo advertí previamente. “En breve, voy a llorar”. Como puedo preverlo, me gusta avisar. 


            El miércoles pasado, aprovechando el día del espectador (3,50 € la entrada!!!) y que ponían“Una cuestión de tiempo”, la nueva película de Curtis, a las 17,30 (hora que no interfiere con horarios de comidas de mi hijo) invité a mi madre al cine. Tengo unos detallazos... "Verás qué peli más chula. Te va a encantar", le dije. Efectivamente no me equivoqué. Ella ya estaba entusiasmada desde el mismo momento en que le propuse el plan, así que fue público fácil. Desde aquí mi agradecimiento al abuelo de la criatura que hizo de eficiente canguro. Muchas gracias y muchas veces, papi.


            La película no defrauda. Es divertida, entretenida y muy, muy emotiva. Desde aquí la recomiendo encarecidamente. Huelga decir que servidora terminó con la cara como un río y aferrada a un kleenex como si no hubiera un mañana. Ojo, no es de pena, es una película enternecedora que te toca la fibra, pero sales del cine con muy buen rollo y muchas ganas de dar besos y abrazos a todo el mundo. Eso siempre es de agradecer. 



            Y así ando, llorando y jimplando (preciosa palabra extremeña) todo el día. Sensibilidad, ternura y emotividad. No son malos temas para comenzar la semana. A veces, aunque de eso no me gusta hablar, también tengo otro tipo de sentimientos mucho más oscuros. Cuando oigo cómo unos padres tramaron el asesinato de su hija adoptiva, cómo un padre mata a sus dos hijos pequeños para vengarse de su mujer o cómo un padre viola a su hija adolescente, también se me llenan los ojos de lágrimas. Lloro y secretamente les deseo una muerte lenta y terriblemente dolorosa.


ROSA

2 comentarios:

  1. Como te entiendo amore....

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  2. Querida Rosa:
    Bienvenida al mundo de los sentimientos de madre.
    Cambia la vida, se alteran las preferencias, miras como todo con esfuerzo y voluntad se mantiene y sobre todo eres capaz de ver que el sufrimiento ajeno no pasa por delante sin inmutarte.
    Ves en la televisión catástrofes a diario, como la última de Filipinas, y no, no es una película, es la realidad. Podrías haber nacido allí, y tus hijos y haberte tocado.
    Imagino que con lo que más se llora es con lo que identificas como algo posible en tu vida. Nadie está libre de nada, ni de los buenos ni de los malos sentimientos ni acontecimientos.
    Ver como alguien destruye la vida o las expectativas de otro no puede generar buenos sentimientos. No es natural, y malo si pasa por tu cabeza verlo como algo explicable. Los fenómenos naturales son incontrolables pero los fallos humanos, los de sentimientos hacia los hijos, los de querer que a tu vecino le vaya bien, deberíamos trabajarlos más para no vivir en una sociedad enferma.
    No dudes Rosa de que tus sentimientos son humanos y deja de esconderlos porque una lágrima por alguien en un momento dado, no deja de ser un gesto precioso. Pilar P.

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