Se me queja un buen amigo, entre cerveza y
cerveza, de que mis artículos son demasiado culturales para su
gusto. Y pone énfasis en la palabra culturales al decirlo. En ese
instante, cómplice de su protesta, otro amigo toma vela en nuestro
entierro y, apurando su trago, entre reproches y bromas, argumenta
--lo cito literalmente-- que él también me leería con más
complacencia si en vez de tanta poesía, tanta música y tantos
comederos de cabeza hubiera más sexo.
Es justamente al pronunciar la palabra sexo,
cuando dos amigas y un amigo más se nos suman a la conversación,
improvisando, entre risas, los próximos temas sobre los que
podrían tratar mis siguientes artículos. (Temas que, por respeto
a mis lectores más impresionables, omitiré en su totalidad, pues
no suenan igual citados un domingo en un papel de periódico que
entre amigos, un sábado de cañas). En ese instante, el coloquio
ya ha tomado un cariz de guasa general y hasta el camarero,
saliendo de otra conversación sobre fútbol, levanta la voz desde
detrás de la barra y opina, muy seriamente, que si hubiera más
sexo en los periódicos, la gente los leería más.
Las miradas de medio bar me buscan, como
indirecto causante de las críticas y el cachondeo. Atención
general que aprovecho para argumentar, también entre bromas, y
acompañando mis palabras de cierto fingido ademán de ponente
académico, que el sexo, como cualquiera con cierto criterio
existencialista, prefiero practicarlo antes que teorizarlo sobre un
papel, y que para hablar de una materia tan crucial y compleja ya
existen muchos estudiosos (demasiados, quizá) más entendidos que
yo. Y, en este punto, hago una pausa y agrego irónicamente: al
menos en lo referente a la teoría.
Hay risas y opiniones para todos los gustos. La
guasa avanza de forma espontánea y todo el que va llegando al bar
parece encontrarse encantado con la conversación. Pero mis amigos,
que me conocen bien, no quedan satisfechos del todo con mi
respuesta y me retan a sorprenderles, llegando a firmar a siete
manos, sobre una improvisada servilleta de Cruzcampo, un acuerdo
por el que me comprometo a hablar de sexo en mi próximo artículo,
dejando estipulado incluso el que será su título, homónimo que
aquel famoso programa de televisión de los noventa: Hablemos de
sexo.
Finalmente, rubricamos el pacto con un brindis.
Y hasta el camarero promete comprar el periódico para que todos
los clientes sean testigos del resultado del contrato. Nos
despedimos hasta la semana siguiente. Mis amigos se marchan a sus
casas con ciertas sonrisas maliciosas y las miradas pícaras de
quienes saben que cumpliré mi palabra.
Pues bien, aquí estoy. Ningún tema me es
ajeno. La literatura debe reflejar la vida, y sin sexo no habría
ni la una ni la otra. Si hay que escribir de sexo, escribiré de
sexo. Y no voy a andarme por las ramas. Iré al grano, al
epicentro, a la guinda del pastel, al meollo del tema- Empezaré
por el final: hablaré del orgasmo.
(Y, para introducir el tema, debo agradecer la
inestimable ayuda de un libro entre muchos: "The science of
orgasm", es decir, "La ciencia del orgasmo", del
cual he rescatado para la ocasión una deliciosa definición básica
y la sabiduría de siete teorías sobre sexo y salud que me
gustaría --y deseo que todos los derivados de la palabra gusto
sean bien acogidos en este texto-- compartir con mis lectores; en
especial, por supuesto, con mis amigos y también con todos
aquellos que echan de menos más sexo entre las heterogéneas
temáticas de las que alguna vez ha tratado en esta Locura
ordinaria. Pretendiendo, de paso, que tan sólo lo echen en falta
como lectores).
La definición
El orgasmo puede definirse como el punto máximo
de placer que experimenta una persona. (Donde se lee placer,
entiéndase placer físico). Se consigue estimulando no sólo sus
áreas genitales sino cualquier otra zona erógena, aunque a veces
basta con mantener un pensamiento altamente placentero para
alcanzarlo. (Cabe decir que la tercera posibilidad, a la que
nombraré libremente como "la posibilidad de Santa Teresa",
no está al alcance de todos). Y su manifestación se puede
descubrir de forma individual o en pareja. (Aquí podríamos
aceptar otras muchas variantes, pero no vamos si quiera a
suponerlas).
Las siete teorías
Estos son, según mis anotaciones sobre este
libro, los ocho últimos descubrimientos sobre el orgasmo como
beneficiario de nuestra salud, obviando el ya consabido de la quema
de calorías (tres veces más, por cierto, si lo experimentamos es
en la ducha y no en su más clásico terreno de juego: la cama):
Para ellas:
1.- El orgasmo estimula ciertas hormonas
femeninas capaces de rejuvenecer el aspecto de la mujer, nutriendo
la piel y oxigenando el cuerpo.
Para ellos:
2.- Un estudio de diez años de seguimiento por
parte de investigadores británicos contempla la relación entre
orgasmos frecuentes (uno o dos por semana) y el índice de
mortalidad en varones. Demostrando que los hombres que tienen
orgasmos frecuentes corren un riesgo de muerte 50% más bajo que
los hombres que tienen orgasmos con una menor frecuencia (menos de
uno al mes).
3.- Estudios a 2000 hombres menores de 70 años
por parte de investigadores australianos demuestran la conexión
entre los hombres que eyaculan con regularidad (cuatro o más veces
por semana) y una reducida incidencia del cáncer de próstata.
Para ambos:
4.- Otro tipo de investigaciones han defendido
el efecto de atenuación energética y relajación natural que
tienen en las personas la oxitocina y otras endorfinas que se
liberan durante el orgasmo, así como los efectos protectores
contra el cáncer y las enfermedades cardiacas de la
dihidroepiandrosterona.
5.- El orgasmo puede aliviar fuertes dolores de
cabeza, descongestionar la nariz y ayuda a combatir algunas
alergias.
6.- En el momento del orgasmo, el cerebro se
relaja con gran intensidad, favoreciendo la inhibición de malos
pensamientos, recuerdos tristes y sensaciones de estrés y
ansiedad.
7.- Un estudio realizado en la Universidad de
Wilkes (Pennsylvania) observó que las personas que llegan al
orgasmo asiduamente (cinco o más veces por semana) presentan en un
30% más un anticuerpo que ayuda a fortalecer el sistema
inmunológico.
Y para los que están pensando en el onanismo
como método de salud placentero, agregaré un consabido octavo
punto, muy importante: Llegar al orgasmo en pareja reprime la
sensación de soledad y abandono. Y cito aquí uno de los más
conocidos aforismos del poeta Vicente Núñez: ¡Oh sexo no
engendrante, oh sexo como cura!.
En fin. Se me quejaba un buen amigo, entre
cerveza y cerveza, de que mis artículos son demasiado culturales
para su gusto. Deseo, al menos, que este le haya sido placentero.
Insisto en que
este texto no es mío. Ya quisiera yo escribir así de bien. Es de
Juan Manuel Díez y forma parte de su blog “Locura ordinaria”.
Con esto cito la fuente (evitando así líos legales) y vosotros
seguís pensando que yo soy una niña buena que sólo tiene
pensamientos puros y buenas intenciones.
A mí que me
registren.
ROSA