Hace unos días
leí en Facebook cómo la madre de una niña con
autismo se lamentaba de la actitud de un
grupo de personas cuando su hija actuaba públicamente en un festival del colegio. No me imagino el enorme
esfuerzo que tanto para ella como para sus padres supondría esta actuación
pública. Esfuerzo y a la vez ilusión. Un paso más. Pero la ignorancia , traducida en risas y burlas, y el “no saber estar” de ciertas madres bañó de negatividad lo que se supondría que iba a ser un día especial.
En los planes
de estudio faltan muchas asignaturas que nos enseñen a comportarnos en determinadas situaciones y a tratar y convivir con personas diferentes. Quiero pensar que la reacción de burla que sufrió esa niña en su actuación fue por ignorancia y desconocimiento por parte de esas personas, no por mala leche o mala intención. Y si no fuera así desde aquí las maldigo.
Cuando yo iba
al colegio había en nuestra clase una niña que nunca se relacionaba con las
demás, una niña que no participaba en las actividades escolares y que
cuando le tocaba leer se quedaba callada. Como todas éramos pequeñas e
inocentes nunca le dimos importancia a su actitud, ni nunca nos preguntamos
por qué, cuando le tocaba a ella decir la lección, las profesoras se saltaban su
pupitre y se dirigían a otra compañera de clase. Me acuerdo que una vez leyó. Y
por una extraña razón todas las demás alumnas empezamos a aplaudir. Un acto instintivo.
Al día siguiente nuestra compañera no asistió a clase y la tutora nos dijo
que agradecía nuestra iniciativa del día anterior, pero que si volvía a ocurrir
no volviéramos a aplaudir , que era mejor para ella que actuáramos con
normalidad ante cualquier logro que hiciera. Ahí quedó la
anécdota. Nunca me pregunté el porqué de esa enseñanza, pero siempre me
quedaron grabadas las palabras de nuestra profesora.
Muchos años
después en el instituto había un chico que no se relacionaba con los demás. Me
acuerdo que sacaba muy buenas notas, y que era muy inteligente. Cuando salíamos
al recreo todos íbamos con nuestro grupo de amigos mientras él caminaba sólo con las
manos agarradas atrás y daba vueltas al patio hasta la hora de volver a
clase. Lo peor de todo es que en esta época de la adolescencia en la que
estamos cegados por la estupidez y la sinvergüenza, le habíamos puesto un mote
al chico y nos reíamos de él. No me acuerdo del mismo, pero me imagino que era un mote muy poco afortunado.
Con los años
me he dado cuenta que esa gente era especial. Estoy segura que tendrían algún
problema de aprendizaje, algún síndrome relacionado con el autismo o simplemente
problemas en su entorno familiar o algún trauma de la infancia. Nadie nos
enseñó cómo tratar a esos compañeros, cómo entender mejor "su mundo" y cómo hacerles partícipes del nuestro. Entiendo que la integración es absolutamente necesaria aunque también imagino que tremendamente difícil. Sólo cuando nos toca de cerca ciertas cosas es cuando nos damos
cuenta de que vivimos en la ignorancia y desinformación más absolutas.
Hace unos
meses tuve una cliente con síndrome de Asperger. Me costó mucho saber cómo tratarla,
y si bien al principio sus visitas me resultaban incómodas, enseguida me guié por mi intuición y sólo
traté de comprenderla y hacerme comprender de la mejor manera posible. Puedo
decir a día de hoy que es una de las pocas personas que me han agradecido mi
trabajo y me ha hecho sentir , a mí,especial. Paradojas de la vida, su hijo padece autismo.
Hace poco estaba
con unos amigos esperando a que terminara el cumpleaños de una de mis sobrinas políticas, cuando un niño se acercó a mi taza de café y a mi trocito de bizcocho y
comenzó a comerlo sin pedirme permiso. Mis compañeros de mesa me
preguntaron si conocía al niño, les dije que no. Nos extrañó su actitud pero nadie dijo nada. Cuando el niño echó a correr
levanté la cabeza y ví como se acercaba a su madre. Sonreí para mis adentros
cuando reconocí a su madre como mi cliente. Ella también me vio y me saludó
con la mano señalándome a su hijo para indicarme que ese era su precioso niño.
Las madres que
se rieron de aquella niña en la actuación todavía no han aprendido una de las
mayores lecciones de la vida: el respeto hacia los demás.
Dedicado a mi
nueva amiga y a su dulce niña.
ROCIO